María Luisa Maillard, Presidenta de A.M.M.U. |
El pasado 4 de Abril tuvo lugar en el I.E.S Legio VII, de León, la entrega de los Premios de Conocimiento, instituidos por nuestra Asociación hermana de Madrid, AMMU. Con tal motivo, su presidenta María Luisa Maillard, ofreció una conferencia con el título " La aportación de las mujeres al enriquecimiento del mundo".
Por su interés, hemos creído conveniente reproducirla en nuestro Blog asociativo. Si bien por su longitud, nos ha parecido oportuno dividirla en dos partes. Hoy publicamos la Parte I.
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Buenos días. Quiero agradecer a la
Directora del Instituto Legio VII la celebración de este acto, así como su
colaboración en los proyectos que llevamos a cabo la Asociación de Mujeres
Universitarias. No puedo menos de felicitar con antelación a la ganadora de
nuestro concurso de conocimientos, en la modalidad de Lengua, la alumna María
González Vicente.
He venido aquí a hablar en nombre de la Asociación Matritense de Mujeres
Universitarias, que pertenece a una Federación Internacional, que existe desde
los años 20, que engloba ya a 160 países de todo el mundo y cuya finalidad es
trabajar para el desarrollo de la mujer, a través de la educación y la cultura,
en todas las etapas de su existencia.
A este objetivo fundamental se ciñen los proyectos que, dentro de nuestra
modestia, elaboramos desde la Asociación que presido y que actualmente hemos
centralizado en dos:
1º La elaboración de una colección de biografías de mujeres, que ya iniciamos
en el año 2009 y que ha alcanzado el nº 24.
2º La convocatoria de un concurso de conocimientos en las dos materias
fundamentales y troncales, Lengua y Matemáticas, que entendemos son la base de
la adquisición de conocimientos y que actualmente presentan unos pobres
resultados, según refleja el informe PISA.
Siempre que presento alguna biografía nueva de nuestro proyecto más antiguo, la
colección de biografías de mujeres que han aportado un enriquecimiento de la
cultura en cualquier terreno del saber, subrayo sus dos objetivos
fundamentales:
1º Demostrar que, desde que las mujeres accedieron al conocimiento, no ha
habido un terreno del saber en el que no hayan destacado, desmontando cualquier
resquicio de duda que pudiera aún mantenerse respecto a la capacidad
intelectual de las mujeres.
2º Romper una lanza a favor de la cultura y recordar a las más jóvenes, que hoy
en día se encuentran saturadas por tantos modelos exitosos que promueven un
ideal de mujer, centrado en el mundo de la moda y de la imagen, que ha sido a
través del acceso a la educación, que en este momento le sigue estando negada a
tantas niñas de África, Asia y Extremo Oriente, cómo la mujer ha logrado su
pleno desarrollo como persona. No podemos ni debemos como mujeres relajarnos en
esta defensa de la educación y la cultura.
Pero hoy, quiero dar un paso más allá y lo quiero hacer respondiendo a un reto
que en 1975 lanzó una de nuestras presidentas, Soledad Ortega, en una
conferencia en la Fundación Universitaria Española. La mujer en Occidente, dijo
allí, ha logrado ya su plena ciudadanía y su acceso a la educación. La pregunta
ahora debería ser: qué es lo que puede aportar la mujer a un mundo y a una
cultura que hasta hace relativamente poco tiempo estuvo casi de forma exclusiva
en manos de los varones. Es una pregunta reiterativa desde hace tiempo en los
círculos feministas. Cuando estuvimos en el Instituto Cervantes de Bruselas
presentando nuestra biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por Inés Alberdi,
la diputada de los Verdes en el parlamento alemán, Gabriele Küpper, que se
encontraba en la presentación, me preguntó si yo creía que las mujeres
escribían de forma diferente a los hombres. Le contesté que esa no era la
pregunta correcta. A veces sí; a veces, no, porque no hay que olvidar que, en
cualquier época, los humanos procuramos adaptarnos al modelo exitoso de
comportamiento social y habrá mujeres que, en territorios y profesiones
específicas, quieran seguir imitando el comportamiento masculino por ser un
camino más claro hacia el éxito.
Pero yo creo que sí se puede responder a la pregunta de Soledad Ortega, y para
ello tenemos que bucear en el camino de aquellas mujeres que sí han aportado un
elemento diferencial en las distintas disciplinas que han cultivado. Y para
hacerlo, tengo un material inestimable en la galería de mujeres de nuestra
colección, de las que ya están y de las que no tardarán en estar. Voy a hacer
un breve apunte, para ir abriendo boca, refiriéndome a tres de las grandes
filósofas del siglo XX, Hanna Arendt, Simone Weil y María Zambrano y a una
economista: Joan Robinson. Las cuatro tuvieron a hombres como maestros. ¿Cómo
siguieron su propio camino desde estas enseñanzas?
Hanna Arendt situando el concepto de natalidad como una categoría fuerte en su
pensamiento frente al "ser para la muerte" de Heidegger, y teniendo
el valor de adentrarse en territorios vedados en el mundo intelectual de su
época, como el totalitarismo stalinista o "la banalidad del mal"
representada en algunos dirigentes de la Alemania nazi, lo que le valió los
ataques furibundos de prácticamente toda la intelectualidad judía a la que ella
pertenecía. María Zambrano introduciendo en "la razón vital" de su
maestro Ortega, esos saberes sobre el alma como la esperanza, el amor y la
piedad, que Ortega no contemplaba por estar próximos al
"irracionalismo", en las propias palabras de Zambrano:
"adentrándome en caminos donde la razón vital de Ortega no osaba
entrar". Simone Weil, una gran teórica, bajando a la arena de las fábricas
y las trincheras para hacer carne y sangre su pensamiento. Finalmente Joan
Robinson, discípula de Keynes formulando a sus colegas preguntas que la Ciencia
Económica no podía –ni creo que aún hoy en día puede- admitir. Preguntas como
esta: ¿queremos la recuperación del crecimiento para mantener y aumentar las
desigualdades de consumo y, por tanto, las desigualdades entre los hombres?
Algo nos estamos aproximando a nuestro asunto. No apreciamos en las propuestas
de estas mujeres rastros del nihilismo que dominó el pensamiento y el arte
europeo desde finales del siglo XX. Estamos oyendo hablar de natalidad, de
esperanza, de experiencia, de sentimientos. Pero sigamos adelante porque,
siempre de la mano de estas grandes teóricas, quiero afrontar más directamente
el problema desde el terreno de la ciencia. ¿Y por qué la ciencia y no la
filosofía y no el arte? porque qué duda cabe que la interpretación del mundo en
la actualidad, incluida la de la interioridad humana, nos viene de los
increíbles adelantos científicos y técnicos del Siglo XX, cuyo influjo sobre la
mentalidad colectiva del mundo occidental es hoy ya un hecho incuestionable.
A principios del siglo XX hubo un gran debate en Europa sobre la ciencia, su
avance imparable y su intento de colonizar toda la vida del hombre. Heidegger,
Nietzche, Ortega, Max Scheller y un largo etcétera vertieron sus opiniones y
sus reparos sobre lo que estaba significando este avance de la ciencia en la
concepción del hombre y en sus relaciones con el mundo, donde entraban, cómo
no, sus semejantes. Quizá uno de los textos más significativo sea el de las
conferencias que impartió en Viena Husserl los días 7 y 8 de mayo de 1935, en
las que alerta sobre el olvido del sentido de la vida humana que conlleva la
prepotencia del objetivismo científico moderno. Para este autor Europa no puede
distanciarse del espíritu ni del sentido racional de la vida que constituyeron
los principios de su existencia; el fracaso aparente del racionalismo, visible
en el pensamiento y en el arte de la época, no es sino su
"enajenamiento" en el seno del naturalismo y el
"objetivismo".
Simone Weil, una de nuestras mujeres biografiadas, gran conocedora del mundo de
las matemáticas ya que su tesis final de estudios superiores llevaba por título
"Ciencia y percepción en Descartes", también estudió con detenimiento
lo que supuso el avance de las ciencias en la concepción del hombre y su
relación con el mundo.
La ciencia clásica que suscitó el Renacimiento y que pereció hacia 1900, pensó
el Universo en base al modelo de relación entre una acción humana y las
necesidades que la obstaculizan y le imponen condiciones. Logró así someter
todo estudio de un fenómeno a una única noción derivada del trabajo y el
esfuerzo: la energía. Aunque heredera de la ciencia griega, esta ciencia
clásica ya estaba ajena a conceptos como equilibrio, armonía o justicia
que aún se encontraban en el fundamento de la concepción del mundo de los
griegos para los que el amor, el arte y la ciencia no eran sino aspectos del
movimiento del alma hacia el bien. En una palabra, la ciencia clásica se
encontraba del todo ajena al concepto del bien. La ciencia clásica no era bella
ni aspiraba a la sabiduría; pero aún estaba relacionada con la experiencia
humana.
Según Simone Weil, la ciencia del siglo XX es la ciencia clásica, después de
que se le ha sacado algo. No se le añadió noción alguna y no se le agregó
aquello cuya ausencia había sido su gran falla: la relación con el bien. Lo que
se le extrajo fue la analogía entre las leyes de la naturaleza y las
condiciones del trabajo, es decir, su relación con la experiencia humana. Y
este fue el gran avance que procuró la teoría de los quanta al reducir la
descripción de los fenómenos a fórmulas algebraicas, cuya peculiaridad es que
no significan nada, aunque sean operativas, y por tanto, no pueden ser
comprendidas por alguien ajeno al lenguaje algebraico.
Según palabras de Simone Weil: " Aunque el bien estuviera ausente de la
ciencia clásica, durante el tiempo en que la inteligencia que actúa en la
ciencia fue sólo una forma más agudizaba de aquella que elabora las nociones
del sentido común, al menos hubo alguna vinculación entre el pensamiento
científico y el resto del pensamiento humano, incluyendo el pensamiento sobre
el bien. Pero incluso esa vinculación tan indirecta se rompió después de 1900.
Personas que se decían filósofos celebraron el desacuerdo entre la razón y la
ciencia; por supuesto, consideraban errónea a la razón".
El nuevo cientifismo será capaz de amoldarse a todas las modas, sigue diciendo
la autora, excepto a lo que es de orden auténticamente espiritual y por ello, a
todo lo que refiere a la parte espiritual del hombre, incluyendo sus pasiones,
sus sentimientos y su aspiración al bien y a la belleza.
Vamos a hablar ahora de dos mujeres científicas Barbara McCintock y Rita Levi
Montalcini para centrarnos en sus aportaciones específicas sobre esa
disociación que nos presenta hoy en día la interpretación científica del mundo,
separada de la experiencia y separada del bien para finalmente retomar el
lenguaje filosófico y establecer un pequeño diálogo ciencia-filosofía entre
María Zambrano y Rita Levi Montalcini.
Barbara McClintock, nacida en 1902 se dedicó tempranamente a la investigación
genética y ya en 1940 descubrió los llamados popularmente "genes
saltarines", es decir descubrió que los cromosomas tienen elementos
móviles que van saltando por el genoma e insertando nuevas copias de sí mismos
a lo largo de aquel. Sin embargo cuando presentó su descubrimiento a la
comunidad científica en 1951 en el simposio de Cold Spring Harbor, éste fue
recibido con incredulidad y rechazo. De hecho no consiguió el Premio Nobel por
su descubrimiento hasta 1983, casi treinta años después, cuando los físicos
refrendaron sus hallazgos.
¿Qué había sucedido? Que el método de Barbara se alejaba del método establecido
por la comunidad científica como válido. Ella se negaba a parcelar los
fenómenos para estudiarlos mejor en el laboratorio. Su método consistía en una
escucha atenta de la naturaleza, concretamente del maíz, su objeto de estudio.
Ella plantaba la semilla, la veía crecer y la "escuchaba" antes de
analizar sus cromosomas en el laboratorio. Se negaba a separar la ciencia de la
experiencia y de la intuición humana. Se negaba a simplificar los fenómenos, en
su confianza de que era una escucha atenta al organismo como ser vivo lo que
permite descubrir sus secretos sin violentar la vida que reside en él porque en
sus propias palabras: "un organismo no es un trozo de plástico". Con
esta postura Barbara cuestionaba la ortodoxia científica e introducía en la
ciencia una serie de elementos incómodos. La intuición, la creatividad, la
paciencia y sobre todo, un respeto inmenso por la Naturaleza a la que no
pretendía dominar ni violentar, sino descubrir sus secretos mediante "una
escucha atenta".
Rita Levi Montalcini, recientemente fallecida el 30 de diciembre de 2012 a la
edad de 103 años, investigadora del cerebro y descubridora del factor del
Crecimiento Nervioso, por el que recibió el Premio Nobel en 1986, aparte de
desarrollar una gran tarea educadora y divulgativa para que los avances
científicos pudieran ser comprendidos por los profanos en la materia, hizo algo
también muy poco habitual: habiendo dedicado su vida a una labor investigadora
del cerebro, altamente especializada, se negó a la especialización, se negó a
que los terrenos de las ciencias y de las humanidades , donde habitualmente se
han alojado las grandes preguntas sobre el hombre y su destino,
estuvieran separados por una barrera infranqueable. Ella, en su largo periodo
de jubilación, ha aplicado sus descubrimientos científicos y su larga
experiencia para intentar comprender algo más de ese ser humano que, según
palabras de Zambrano, se encuentra escondido a sí mismo y ello me va a dar pie
para imaginar un breve diálogo, que espero sea fructífero entre Rita Levi y una
filósofa como María Zambrano, en torno a un tema que ambas comparten: el hecho
de la imperfección de la naturaleza humana y la mejor manera de afrontarlo.
Vamos a reflexionar un
poco sobre este punto, el de la imperfección de la naturaleza humana, que no es
ajeno al debate filosófico ni al mundo de la creación literaria, porque es
quizá el nudo gordiano que aproxima a ambas mujeres desde sus distintas
disciplinas.
Ya Píndaro definió al
hombre como "el sueño de una sombra" y nuestro Segismundo inmortalizó
su indigencia en la célebre frase de "que el mayor delito del hombre es el
haber nacido"; pero es a partir de la crisis de la razón discursiva, a
finales del siglo XIX, cuando la filosofía comienza a generalizar este
concepto. Por sólo citar algunos de los filósofos que subrayan este aspecto
crucial del hombre, citaremos a Husserl, a Nietzsche quien en su libro Genealogía
de la moral califica al hombre como "un animal enfermo" y a
Max Scheler quien en su libro El puesto del hombre en el cosmos subraya
su condición indigente. Todos ellos coinciden en que el hombre es un ser
imperfecto, que no nace adaptado a su medio, como el resto de los seres vivos,
y que es en la forma de asumir dicha carencia donde se encuentran las
posibles salidas; pero también los callejones sin salida.
Uno de los últimos
autores en afrontar este hecho es Paul Ricoeur, quien entiende la indigencia
bajo el concepto de fragilidad. En principio dicha fragilidad proviene
simplemente de que el hombre está abocado a la enfermedad y a la muerte, pero,
para este filósofo, existe un elemento activador de esta situación que no es
otro que el poder que el hombre desarrolla para afrontar su propia fragilidad.
Este aumento de poder significa, según este autor, un aumento de la fragilidad,
desde el hecho comprobable de que el hombre es y ha sido siempre una amenaza
para el hombre. Por ejemplo la multiplicación del poder proveniente del
desarrollo científico ha aumentado con la bomba atómica la fragilidad del
planeta, la multiplicación de la información ha creado la propaganda a gran
escala, y la multiplicación del conocimiento genético puede aumentar la
fragilidad de la vida tal como la conocemos.
Rita no llega a esta
conclusión por la filosofía sino por otros dos caminos diferentes. El
primero, como no podía ser menos, es científico: la constatación de que la
probada evolución del cerebro humano, sus mutaciones a través de los siglos,
son fruto de su imperfección inicial. Un reflejo de esta imperfección es
asimismo su lento proceso de aprendizaje, en nada comparable al del resto de
los seres vivos. Los insectos, por ejemplo, poseyeron desde la aparición del
primer ejemplar, un minúsculo cerebro, que se reveló tan apto para adaptarse al
medio, que quedó fuera del juego caprichoso de las mutaciones. No sucede así
con el hombre, cuyo progresivo aumento del cerebro y el espectacular desarrollo
de sus capacidades intelectuales, fruto de sucesivas mutaciones, es producto de
una evolución que las últimas investigaciones han descrito como inarmónica.
Y es que la evolución
de los elementos cerebrales conocidos como neocorticales, responsables del
raciocinio, han tenido en el hombre una evolución mucho mayor que la de los
elementos cerebrales conocidos como paleocorticales, o de forma más genérica
como lóbulo límbico, que es el responsable de las emociones.
Quizá la causa sea debida, según Rita, a que el circuito de la emoción
desempeña un papel fundamental para la supervivencia del individuo y de la
especie, ya que ahí residen los instintos de violencia necesarios para la
defensa, por lo que se han mantenido más constantes desde los inicios.
El segundo camino es
el de su propia experiencia en la investigación científica, en la que reconoce
una actividad tortuosa y con frecuencia imperfecta, con la que, sin embargo
consiguió abrir una nueva vía en el conocimiento del cerebro humano. El ser
humano necesita desarrollar la paciencia y la humildad en el desarrollo de sus
actividades porque sólo así, dado que somos seres imperfectos, se pueden
alcanzar logros importantes, pasos hacia adelante en la evolución humana. Hay
que olvidar el orgullo de querer ser como dioses, de pretender construir la
Torre de Babel y extraer de nuestra naturaleza imperfecta los valores que nos
hagan enfrentarnos a las dificultadas: la humildad, la constancia, el
compromiso y la valentía.
María Zambrano,
siguiendo la larga tradición filosófica ya reseñada, y concretamente la de su
maestro Ortega, parte en sus reflexiones antropológicas de este concepto de la
imperfección de la naturaleza humana. El hombre, en palabras de Ortega, es un
ser inacabado, al que se le da la vida, pero no el ser que debe ir conquistando
en brega con una circunstancia en muchas ocasiones hostil, cuando no se
presenta como oscuridad enigma y confusión, especialmente si hemos nacido en un
momento de crisis cultural, en el que fallan las creencias que nos sostienen.
Como en muchas otras
ocasiones Zambrano parte de las ideas de su maestro, para abismarlas en el
interior del hombre. No es sólo la circunstancia externa, y nuestra dependencia
de ella, la causa de nuestra imperfección. Para Zambrano la indigencia es
ontológica porque pertenece a la misma naturaleza humana: el hombre es
imperfecto porque es un ser que aspira a la perfección, aunque nunca la logre,
porque siempre desea más de lo que tiene; por ello, el fracaso forma parte de
su naturaleza.
Si para Rita el
fenómeno del totalitarismo, que ambas mujeres vivieron en carne propia, ancla
sus raíces en la permanencia en el hombre de un lóbulo límbico primitivo, que
conserva la violencia de los inicios de la vida del hombre en la tierra, Para
Zambrano, el fenómeno halla su explicación en la incapacidad del ser racional,
para tratar con aquellos deseos profundos que provienen del mundo del alma y de
las emociones, y que se encuentran en barbecho por falta de desarrollo. El
hombre es sí un ser imperfecto pero tiene dentro de sí el anhelo de la
perfección, porque cuenta con la experiencia de lo absoluto. Cuando el hombre
pretende trasladar esta experiencia íntima a la historia y a lo social surge la
perversión del totalitarismo, la idea de crear una sociedad perfecta, ya sea
basada en la raza, ya sea en las relaciones económicas, pasando por encima del
ser humano de carne y hueso. La vieja aspiración del hombre de ser como un
dios.
Si la solución de Rita
es el recurso a una razón ética, basada en una educación permanente, también lo
es para Zambrano; pero de una razón que tenga en cuenta las razones del sentir
y ayude a desarrollar esa zona límbica del cerebro, en barbecho después de
siglos de olvido y de subdesarrollo.
Las distintas opciones
tienen sin duda su razón de ser; pero lo que es importante es que inician desde
disciplinas hoy tan distantes como la ciencia y la filosofía, un debate que
ojalá sea tenido en cuenta.
Fin de la Parte I. Próxima publicación de la Parte II
Coordinación Julia Gómez Prieto. AMUBERRIAK
Presentación de la conferenciante ( a la derecha) en el IES Legio VII de León. |
Fin de la Parte I. Próxima publicación de la Parte II
Coordinación Julia Gómez Prieto. AMUBERRIAK
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