lunes, 3 de agosto de 2020

Tertulia literaria de julio

Mi Planta de Naranja Lima de Vasconcelos



El mes de julio nos ha brindado una lectura a veces triste y a veces aleccionadora, pero siempre interesante.

Aquí vuestros comentarios:

A.)








B.)       


 Este mes hemos visto una obra brasileira de los años sesenta que se ha convertido en un referente en los colegios de Latinoamérica por su exquisitez, su ternura y el reflejo duro de la vida de los más desfavorecidos.

    La voz común gira en torno a las sensaciones, la emotividad que la obra promueve en el lector. De la ternura que suscita la narración de las vivencias de un niño pequeño y travieso en un ambiente crispado por la pobreza y el desempleo paterno, un momento y un lugar en el que a los niños se les socializaba a base de palizas, como se ha hecho y se sigue haciendo con los animales, a palos. Impresionante la dureza de los hechos.
   Zezé es un niño precoz, inteligente y sensible que te hace aflorar la sonrisa en muchas ocasiones, porque no deja de ser un inocente en un mundo que se come el tiempo de la infancia de dos mordiscos. He sentido tristeza, he llorado en muchos momentos, pero, especialmente ante la pérdida de la niñez, un infante que ha conocido el dolor, el más profundo y “al que le han contado las cosas demasiado pronto”.
   La planta de naranja lima me recuerda a la rosa de "El Principito". También como no , una forma de evadir una realidad demasiado cruda.

Hay una frase que me ha quedado grabada:

«Matar no quiere decir que tome una pistola y ésta haga ¡pum!. No es eso, uno mata directo al corazón cuando se deja de querer».
Ha sido una buena lectura que deja huella

C.) 
Pequeño libro que tiene la virtud de enganchar al lector y dejarle sucesivamente fascinado, divertido, conmovido y desolado. ¿Cuándo y cómo descubre un niño que el mundo es un lugar duro, y cómo encajar la violencia, la ingenuidad, la culpa, la alegría de vivir, la muerte, la sinceridad, la amistad en un gran relato?

Todo esto lo consiguió José Mauro de Vasconcelos al narrar en primera persona la infancia de Zezé, un muchacho pícaro, tierno, divertido y temerario, en un contexto de pobreza, desolación y supervivencia. Alguno de los  capítulos me han mantenido clavada, leyendo, absorbiendo la pasión, la alegría, la esperanza o la angustia de Zezé  cuando canta por la calle, cuando descubre la amistad, cuando busca desesperadamente expresar su cariño hacia un padre agobiado por el paro. Un libro que es mejor leer despacio, porque uno querría que no se acabara.
Ternura, golpes, risas, lágrimas, heridas y curas. Palabras hirientes y otras acogedoras. Ilusiones cumplidas y otras acabadas. Regalos deseados que nunca llegan, y sorpresas que, por inesperadas, se vuelven más alegres. Flores robadas con la mejor intención. Enemigos amenazadores que se vuelven amigos. Y una planta de naranja-lima que es confidente de tantas aventuras.
Hay fantasía y realismo mágico. En esta pequeña gran obra hay espacio para todo.
Una buena lectura.

D.) Nadie debe sufrir, pero en especial deberían sufrir los niños


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