Segunda parte de la Conferencia "Teresa de Jesús y el don de ser Mujer y Apóstol".
Por Sor Estibaliz Reino Prada. O.C.D.
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El Siglo XVI español. Un Siglo de Oro
Teresa nace el 28 de marzo de 1515 y muere el jueves 4 de octubre de 1582. Ese día justo era el último del calendario juliano y le sucedía el viernes 15 de octubre del calendario gregoriano. Sus 67 años de existencia transcurren, por tanto, en pleno S XVI.
1.- El entramado social.
El hispanista Bartolomé Bennassar en su libro “La España del Siglo de Oro” nos pinta la sociedad española de este siglo, llamado de oro, como la sociedad de las desigualdades. Según Bennassar: “En la historia del mundo pocas sociedades han acumulado tantas desigualdades en unos espacios tan restringidos como la España del Siglo de Oro. Su paisaje social presenta una diversidad prodigiosa. A decir verdad, la desigualdad está en todas las partes.”[1]
Algunas de estas desigualdades son:
2.- El papel de la Iglesia.
La Iglesia hay que considerarla como un poder social importante: asociada a la nobleza, propietaria de una gran parte del suelo, destinataria de recaudaciones (rentas, diezmos). Pero tampoco se escapa de grandes desigualdades en su seno: desde el alto clero adinerado y poderoso al bajo clero empobrecido y cada día más numeroso. Esto, en cuanto al clero secular, en cuanto al regular las cosas corren parejas: hay monasterios que acumulan rentas y riquezas y otros pasan gran necesidad. Es habitual que los segundones de una nobleza que va descapitalizándose acabe, sin más vocación que la de remediarse, en los conventos acomodados. Es también el caso de las doncellas que no pueden aspirar a un buen casamiento, por falta de dote o de linaje.
2.1 La Inquisición
La Inquisición o Santo Oficio había sido creado para luchar contra la herejía de los judaizantes, también de los descendientes de los moros, aunque en menor medida. Poco a poco y en su celo por la pureza de la fe había ido ensanchando su sombra contra luteranos, erasmistas, iluminados y cualquier otra doctrina o práctica que pudiera ser susceptible de considerarse contraria o peligrosa para la fe católica.
La Inquisición es no solo un órgano de intolerancia y represión sino lo que hoy podríamos llamar una institución terrorista y, no tanto por la crueldad de sus métodos de castigo sino por su desarrollo burocrático, policial y judicial; porque con su metodología de la sospecha, sus procesos ocultos, la indefensión de los acusados y el edicto que obligaba a todo el mundo a denunciar los delitos contra la fe de los que se tuviera conocimiento, inoculaba el terror a ser denunciado, por causas ajenas a la fe, tales como las enemistades y hacía a todos vivir en la inseguridad y sospecha con sus vecinos
2.2 Una Iglesia en búsqueda. Una Iglesia de santos
Como contrapunto a esta Iglesia tan oscura, aliada al poder económico y social, corrompida, y represora ideológica desde la Inquisición, anda el Espíritu despertando al conocimiento de Dios y al seguimiento evangélico. Se produce un cambio de orientación en la enseñanza de la teología en las universidades y la aparición de figuras señeras que acabaremos viendo convertidos en santos, aunque en vida les costará estar, como sospechosos de desviación doctrinal, en el ojo de mira del Santo Oficio.
Bajo el impulso del cardenal Cisneros y el ejemplo de Alcalá de Henares, floreció por España una siembra de facultades de Teología. Y ésta experimentó un auténtico renacimiento: de un estéril discurso retórico en el que había caído, a una búsqueda de conocimiento de Dios desde nuevos planteamientos antropológicos y epistemológicos. Contarán además con instrumentos tan valiosos como la Biblia políglota (hebreo, griego y latín). La teología española acabará exportando a toda Europa la teología positiva, cuyo padre fue Melchor Cano.[2]
Paralelo a esta búsqueda científica o teológica, encontramos un número nada despreciable de figuras que se lanzan al conocimiento de Dios, por el encuentro apasionado con Él en la oración mental o afectiva, en la entrega a los hermanos más desfavorecidos, en la penitencia y el despojo. Algunos de estos son tan conocidos y queridos para nosotros como: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Juan de Ávila, Toribio de Mogrovejo, Entre los cuales, algunos ocuparon sedes episcopales y destacaron como pastores insignes. Se une a este grupo de santos, Teresa de Jesús.
La situación de la mujer
Entre los muchos desdichados del Siglo de Oro, sin duda hay que contar a las mujeres, por el mero hecho de serlo. Las mujeres son seres sin entidad propia: sin acceso a la cultura, sin derecho a decidir sobre su propia vida.
Las mujeres solo pueden aspirar a dos salidas dignas en la vida: el matrimonio o el convento. La soltería no se contempla, porque es mal vista.
Hubo algunas mujeres independientes y poderosas, pero eran una excepción. A algunas de ellas las vemos creando beaterios, auténticas sociedades femeninas y defensoras de la mujer que trasgredían el orden establecido. Fueron por ello víctimas de la vigilancia inquisitorial. La mujer tenía que estar sometida, o a la regla del monasterio o a la vigilancia y tutela del marido.
Ya el mero hecho de nacer mujer era la mayoría de las veces un disgusto para la familia. Una hija suponía tener que proveerla de una buena dote. Sin dote quedaba condenada a no casarse. Entonces la salida era ingresar en un convento para lo cual se necesitaba una dote menor. Por ello en los conventos encontramos junto a mujeres con verdadera vocación, doncellas, niñas, viudas encerradas por remediarse, incluso casadas en ausencia de los maridos.
Los matrimonios los concertaban las familias, a veces desde la infancia. No se pedía mucho más que un sentimiento de aceptación y voluntad de convivir. El amarse no era ni la causa ni el fin. El fin del matrimonio era la descendencia.
La mujer, según la ideología religiosa y social, prácticamente identificadas, tiene que quedar, por decencia, relegada al mundo privado, a sus labores domésticas (la crianza de los hijos y complacer al esposo). Las virtudes que deben adornarla son: la pureza, el recato, la honestidad, la discreción, humildad y obediencia. Una mujer culta, con criterio propio no es un ideal, sino un peligro.
La única formación, por tanto, que recibe la mujer es la necesaria para ser una mujer decente y defender con su vida la honra y honor de la familia. Es por ello que en una sociedad mayoritariamente analfabeta (se calcula un 80% de analfabetismo), el colectivo femenino podía superar el 90%. Cifra que se vería superada si contamos las que no sabían escribir, o no podían hacerlo más allá de la firma.
Cabe destacar que frente a esta cota de analfabetismo, hubo grupos privilegiados de mujeres que desde el reinado de Isabel la Católica, y el movimiento cisneriano destacaron por su cultura. Son las humanistas, cercanas a la corte, que han tenido de manera excepcional acceso al latín, lengua de muchos de los libros del momento. Algunas de ellas escribieron y llegaron a alcanzar gran prestigio, incluso a sentar cátedra en Alcalá o Salamanca. Destacan: Beatriz Galindo, Juana de Contreras, Francisca de Nebrija, Luisa de Medrano, Luisa Sigea, Cristobalina Fernández de Alarcón... y así podríamos encontrar hasta una treintena a las que Quevedo denominó despectivamente “hembrilatinas”
Pero, salvando estas excepciones, incluso en las clases más favorecidas, las mujeres eran un grupo indefenso, a merced del capricho y humor de los varones que podían ejercer sobre ellas fácilmente el dominio y el abuso. ¡Cuánto más en los grupos más desfavorecidos! (servicio, campesinas, artesanas…)
La discriminación de la mujer era no solo estructural sino, lo que resulta más grotesco hoy para nuestra sensibilidad, sostenido ideológicamente, incluso por algunos grandes pensadores que defendían que las mujeres eran mentalmente discapacitadas, por tanto, no servían para la instrucción intelectual. Y, por no quedar ahí, eran además moralmente perversas. Veamos algunas de las frases que nos ha dejado la literatura de aquel tiempo:
«Puesto que la mujer es un ser débil, con un juicio inseguro y proclive a ser engañada (algo que puso de manifiesto Eva, madre de los hombres, a la que embaucó el diablo con un argumento frívolo), no conviene que ella enseñe, no sea que, después de aceptar una falsa opinión sobre un tema, la transmita a los oyentes con la autoridad propia del docente y arrastre también a los demás fácilmente a su propio error, porque los discípulos los aceptan de buen grado las enseñanzas del maestro» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV ).
«Pero en una mujer nadie busca ni la elocuencia, ni el ingenio, ni la prudencia, ni las artes de la vida, ni saber administrar el Estado, ni la justicia, ni la benignidad; nadie, a la postre, busca otra cosa que no sea la virginidad» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. VI).
«No es adecuado que una mujer esté al frente de una escuela, ni que trabaje entre hombres o hable con ellos, ni que vaya debilitando en público su modestia y su pudor […], pero si se encuentra en alguna reunión, con los ojos bajos guardará recatadamente silencio, de manera que la vean algunos pero sin que nadie la oiga» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV).
«Es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quien les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza descubrir lo que saben; porque en todas es, no solo condición agradable, sino virtud debida el silencio y el hablar poco. […]. Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres, para que, encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender, y las palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo» (Fray Luis de León, La perfecta casada, capítulo XVI).
“Desque vieres a tu mujer andar muchas estaciones y darse a devoterías y que presume de santa, ciérrale la puerta; y si esto no bastare, quiébrale la pierna si es moza, que coja podrá ir al paraíso desde su casa sin andar buscando santidades sospechosas. Bástele a la mujer oír un sermón y hacer si más quiere, que le lean un libro mientras hila, y asentarse so la mano de su marido”. Fco. de Osuna.
Notas
[1] BENNASSAR, Bartolomé, “La España del Siglo de Oro”, Editorial CRÍTICA, Barcelona 1983
[2]La teología positiva se presenta perfectamente realizada en el De locis theologicis (1562) de Melchor Cano. Los lugares teológicos o fuentes de la teología se sitúan, no en las cuestiones temáticas (Trinidad, Encarnación, Gracia), como en la teología medieval sino en Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica, la autoridad de la Iglesia Católica, la autoridad de los Concilios Ecuménicos, la autoridad del Sumo Pontífice, la doctrina de los Padres de la Iglesia, la doctrina de los doctores escolásticos y canonistas, la verdad racional humana, la doctrina de los filósofos y la historia.
Por Sor Estibaliz Reino Prada. O.C.D.
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Teresa de Jesús. Oleo de Francois Gerard. 1827 |
El Siglo XVI español. Un Siglo de Oro
Teresa nace el 28 de marzo de 1515 y muere el jueves 4 de octubre de 1582. Ese día justo era el último del calendario juliano y le sucedía el viernes 15 de octubre del calendario gregoriano. Sus 67 años de existencia transcurren, por tanto, en pleno S XVI.
1.- El entramado social.
El hispanista Bartolomé Bennassar en su libro “La España del Siglo de Oro” nos pinta la sociedad española de este siglo, llamado de oro, como la sociedad de las desigualdades. Según Bennassar: “En la historia del mundo pocas sociedades han acumulado tantas desigualdades en unos espacios tan restringidos como la España del Siglo de Oro. Su paisaje social presenta una diversidad prodigiosa. A decir verdad, la desigualdad está en todas las partes.”[1]
Algunas de estas desigualdades son:
- Desigualdad en las fortunas: mientras algunos pocos grandes de España disfrutan de grandes fortunas, un trabajador manual apenas alcanza para comer diariamente.
- La desigualdad de los status, la de la condición social. No solo referida a la organización estamental, sino más bien a la brutal diferencia dentro de los estamentos, especialmente el de la nobleza.
- La de los conversos o la diferencia que proviene de la limpieza de sangre, de una historia familiar limpia de sangre judía o mora. En el siglo XVI crece la exigencia de este requisito para la integración o exclusión social.
- La desigualdad de las sociedades de las Españas periféricas y la de las mesetas castellanas centrales.
Siglo de desigualdades. "Niños comiendo uvas y melon". Murillo 1650 |
2.- El papel de la Iglesia.
La Iglesia hay que considerarla como un poder social importante: asociada a la nobleza, propietaria de una gran parte del suelo, destinataria de recaudaciones (rentas, diezmos). Pero tampoco se escapa de grandes desigualdades en su seno: desde el alto clero adinerado y poderoso al bajo clero empobrecido y cada día más numeroso. Esto, en cuanto al clero secular, en cuanto al regular las cosas corren parejas: hay monasterios que acumulan rentas y riquezas y otros pasan gran necesidad. Es habitual que los segundones de una nobleza que va descapitalizándose acabe, sin más vocación que la de remediarse, en los conventos acomodados. Es también el caso de las doncellas que no pueden aspirar a un buen casamiento, por falta de dote o de linaje.
2.1 La Inquisición
La Inquisición o Santo Oficio había sido creado para luchar contra la herejía de los judaizantes, también de los descendientes de los moros, aunque en menor medida. Poco a poco y en su celo por la pureza de la fe había ido ensanchando su sombra contra luteranos, erasmistas, iluminados y cualquier otra doctrina o práctica que pudiera ser susceptible de considerarse contraria o peligrosa para la fe católica.
La Inquisición es no solo un órgano de intolerancia y represión sino lo que hoy podríamos llamar una institución terrorista y, no tanto por la crueldad de sus métodos de castigo sino por su desarrollo burocrático, policial y judicial; porque con su metodología de la sospecha, sus procesos ocultos, la indefensión de los acusados y el edicto que obligaba a todo el mundo a denunciar los delitos contra la fe de los que se tuviera conocimiento, inoculaba el terror a ser denunciado, por causas ajenas a la fe, tales como las enemistades y hacía a todos vivir en la inseguridad y sospecha con sus vecinos
2.2 Una Iglesia en búsqueda. Una Iglesia de santos
Como contrapunto a esta Iglesia tan oscura, aliada al poder económico y social, corrompida, y represora ideológica desde la Inquisición, anda el Espíritu despertando al conocimiento de Dios y al seguimiento evangélico. Se produce un cambio de orientación en la enseñanza de la teología en las universidades y la aparición de figuras señeras que acabaremos viendo convertidos en santos, aunque en vida les costará estar, como sospechosos de desviación doctrinal, en el ojo de mira del Santo Oficio.
Bajo el impulso del cardenal Cisneros y el ejemplo de Alcalá de Henares, floreció por España una siembra de facultades de Teología. Y ésta experimentó un auténtico renacimiento: de un estéril discurso retórico en el que había caído, a una búsqueda de conocimiento de Dios desde nuevos planteamientos antropológicos y epistemológicos. Contarán además con instrumentos tan valiosos como la Biblia políglota (hebreo, griego y latín). La teología española acabará exportando a toda Europa la teología positiva, cuyo padre fue Melchor Cano.[2]
Juan de la Cruz. Coetáneo y amigo de Teresa. Dibujo anónimo siglo XVI |
Paralelo a esta búsqueda científica o teológica, encontramos un número nada despreciable de figuras que se lanzan al conocimiento de Dios, por el encuentro apasionado con Él en la oración mental o afectiva, en la entrega a los hermanos más desfavorecidos, en la penitencia y el despojo. Algunos de estos son tan conocidos y queridos para nosotros como: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Juan de Ávila, Toribio de Mogrovejo, Entre los cuales, algunos ocuparon sedes episcopales y destacaron como pastores insignes. Se une a este grupo de santos, Teresa de Jesús.
La situación de la mujer
Entre los muchos desdichados del Siglo de Oro, sin duda hay que contar a las mujeres, por el mero hecho de serlo. Las mujeres son seres sin entidad propia: sin acceso a la cultura, sin derecho a decidir sobre su propia vida.
Las mujeres solo pueden aspirar a dos salidas dignas en la vida: el matrimonio o el convento. La soltería no se contempla, porque es mal vista.
Hubo algunas mujeres independientes y poderosas, pero eran una excepción. A algunas de ellas las vemos creando beaterios, auténticas sociedades femeninas y defensoras de la mujer que trasgredían el orden establecido. Fueron por ello víctimas de la vigilancia inquisitorial. La mujer tenía que estar sometida, o a la regla del monasterio o a la vigilancia y tutela del marido.
Ya el mero hecho de nacer mujer era la mayoría de las veces un disgusto para la familia. Una hija suponía tener que proveerla de una buena dote. Sin dote quedaba condenada a no casarse. Entonces la salida era ingresar en un convento para lo cual se necesitaba una dote menor. Por ello en los conventos encontramos junto a mujeres con verdadera vocación, doncellas, niñas, viudas encerradas por remediarse, incluso casadas en ausencia de los maridos.
Los matrimonios los concertaban las familias, a veces desde la infancia. No se pedía mucho más que un sentimiento de aceptación y voluntad de convivir. El amarse no era ni la causa ni el fin. El fin del matrimonio era la descendencia.
La mujer, según la ideología religiosa y social, prácticamente identificadas, tiene que quedar, por decencia, relegada al mundo privado, a sus labores domésticas (la crianza de los hijos y complacer al esposo). Las virtudes que deben adornarla son: la pureza, el recato, la honestidad, la discreción, humildad y obediencia. Una mujer culta, con criterio propio no es un ideal, sino un peligro.
Felipe II. Retrato de Antonio Moro. 1560. Museo BB.AA. Bilbao |
La única formación, por tanto, que recibe la mujer es la necesaria para ser una mujer decente y defender con su vida la honra y honor de la familia. Es por ello que en una sociedad mayoritariamente analfabeta (se calcula un 80% de analfabetismo), el colectivo femenino podía superar el 90%. Cifra que se vería superada si contamos las que no sabían escribir, o no podían hacerlo más allá de la firma.
Cabe destacar que frente a esta cota de analfabetismo, hubo grupos privilegiados de mujeres que desde el reinado de Isabel la Católica, y el movimiento cisneriano destacaron por su cultura. Son las humanistas, cercanas a la corte, que han tenido de manera excepcional acceso al latín, lengua de muchos de los libros del momento. Algunas de ellas escribieron y llegaron a alcanzar gran prestigio, incluso a sentar cátedra en Alcalá o Salamanca. Destacan: Beatriz Galindo, Juana de Contreras, Francisca de Nebrija, Luisa de Medrano, Luisa Sigea, Cristobalina Fernández de Alarcón... y así podríamos encontrar hasta una treintena a las que Quevedo denominó despectivamente “hembrilatinas”
Monumento en Madrid a Beatriz Galindo " La Latina", extraordinaria humanista en el siglo de Teresa |
Pero, salvando estas excepciones, incluso en las clases más favorecidas, las mujeres eran un grupo indefenso, a merced del capricho y humor de los varones que podían ejercer sobre ellas fácilmente el dominio y el abuso. ¡Cuánto más en los grupos más desfavorecidos! (servicio, campesinas, artesanas…)
La discriminación de la mujer era no solo estructural sino, lo que resulta más grotesco hoy para nuestra sensibilidad, sostenido ideológicamente, incluso por algunos grandes pensadores que defendían que las mujeres eran mentalmente discapacitadas, por tanto, no servían para la instrucción intelectual. Y, por no quedar ahí, eran además moralmente perversas. Veamos algunas de las frases que nos ha dejado la literatura de aquel tiempo:
«Puesto que la mujer es un ser débil, con un juicio inseguro y proclive a ser engañada (algo que puso de manifiesto Eva, madre de los hombres, a la que embaucó el diablo con un argumento frívolo), no conviene que ella enseñe, no sea que, después de aceptar una falsa opinión sobre un tema, la transmita a los oyentes con la autoridad propia del docente y arrastre también a los demás fácilmente a su propio error, porque los discípulos los aceptan de buen grado las enseñanzas del maestro» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV ).
«Pero en una mujer nadie busca ni la elocuencia, ni el ingenio, ni la prudencia, ni las artes de la vida, ni saber administrar el Estado, ni la justicia, ni la benignidad; nadie, a la postre, busca otra cosa que no sea la virginidad» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. VI).
«No es adecuado que una mujer esté al frente de una escuela, ni que trabaje entre hombres o hable con ellos, ni que vaya debilitando en público su modestia y su pudor […], pero si se encuentra en alguna reunión, con los ojos bajos guardará recatadamente silencio, de manera que la vean algunos pero sin que nadie la oiga» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV).
«Es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quien les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza descubrir lo que saben; porque en todas es, no solo condición agradable, sino virtud debida el silencio y el hablar poco. […]. Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres, para que, encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender, y las palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo» (Fray Luis de León, La perfecta casada, capítulo XVI).
“Desque vieres a tu mujer andar muchas estaciones y darse a devoterías y que presume de santa, ciérrale la puerta; y si esto no bastare, quiébrale la pierna si es moza, que coja podrá ir al paraíso desde su casa sin andar buscando santidades sospechosas. Bástele a la mujer oír un sermón y hacer si más quiere, que le lean un libro mientras hila, y asentarse so la mano de su marido”. Fco. de Osuna.
Notas
[1] BENNASSAR, Bartolomé, “La España del Siglo de Oro”, Editorial CRÍTICA, Barcelona 1983
[2]La teología positiva se presenta perfectamente realizada en el De locis theologicis (1562) de Melchor Cano. Los lugares teológicos o fuentes de la teología se sitúan, no en las cuestiones temáticas (Trinidad, Encarnación, Gracia), como en la teología medieval sino en Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica, la autoridad de la Iglesia Católica, la autoridad de los Concilios Ecuménicos, la autoridad del Sumo Pontífice, la doctrina de los Padres de la Iglesia, la doctrina de los doctores escolásticos y canonistas, la verdad racional humana, la doctrina de los filósofos y la historia.
Ver el inicio y primera parte de esta conferencia aquí
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( continuará )
Coordinación: Julia Gómez Prieto. AMUB
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( continuará )
Coordinación: Julia Gómez Prieto. AMUB
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